En ocasiones, me disculpo, me enamoraba de quien hiciera de mi Arte. En ocasiones jugaba a que yo era la chica de la que hablan las canciones, que yo era esa parte lírica de la vida, los días de lluvia y sonrisas...
En ocasiones, jugaba a creerme, qué estúpida, protagonista de mi propia vida. Daba vueltas hasta marearme y caía al suelo. ¿Vanidad? Qué va, quizá me tomaba muy en serio la idea de la vida hecha obra literaria, de los pequeños atisbos de poesía barata mezclada con vulgaridad, y de mi capacidad de colaboración en ella.
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Me he despertado confusa, y sonaba una canción que me resultaba familiar. Lo demás han sido actos mecánicos, perfectamente estudiados, hasta que...
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La próxima vez que tenga un impulso poético átame las manos, tapóname los labios, cúbreme los ojos e invade mi mente. Asfíxiame por un momento en un vano intento de ahogarme, de ahogarme en ti y que agonices conmigo, obviando toda la vulgaridad. Que no se puede pretender ir por la vida viendo tan solo palabras... Aunque, si lo pienso, quizá otros vayan viendo colores o...; quizá si lo pienso, todos vamos viendo arte.
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¿Olvidarlo? Pero resultaba tan bonito, por un instante, imaginarse bajo los focos, creer que tenía la capacidad de componer, cuando eres tú quien me compone. Y te odio por ello, por crear. Por impulsarme desde este acantilado sin final, por no tener la libertad de frenarlo, pues no existe el temor de precipitarnos al vacío.